UN TIPO (NO TAN) DURO

UN TIPO (NO TAN) DURO STEVE MCQUEEN Y SU ESTILO MARCARON UNA ÉPOCA. RICHARD WILLIAMS SE ADENTRA EN SU HISTORIA PARA DESCUBRIR QUÉ HABÍA EN REALIDAD DETRÁS DE LA FACHADA Su sonrisa traviesa desarmaba a las mujeres. Pero su otra sonrisa, la que dibujaba lentamente mientras sus ojos azules mantenían una frialdad glacial, era para los hombres una alerta de peligro inminente. El rostro de Steve McQueen, capaz de transmitir infinidad de matices, decía muchas veces más que sus palabras. Por eso, la cámara lo adoraba y su figura, tan magnética y también tan turbulenta, se convirtió en un referente para tanta gente fuera del séptimo arte. Tras haber hecho caja en los sesenta con grandes éxitos como La gran evasión, El caso Thomas Crown y Bullitt, McQueen podría haber disfrutado de una plácida carrera, disputándose los grandes papeles de la época con Paul Newman, Warren Beatty y Robert Redford, y manteniendo a raya a jóvenes promesas como Al Pacino y Robert De Niro. Pero detrás de esa fachada de despreocupación y ese estilo cool, se escondía una ambición que no le dejaba vivir y que afectaría profundamente a su reputación antes de que el cáncer se lo llevara a los 50 años. En sus buenos tiempos, sin embargo, se forjó una imagen que definiría el ideal del estilo de la posguerra, con un papel equiparable al de Audrey Hepburn para el público femenino. Junto con James Dean y Bob Dylan, convirtió la antimoda— camisetas lisas, botas gastadas y vaqueros raídos— en tendencia. Hasta tal punto llega su influencia que hombres que no habían nacido siquiera cuando él murió se ponen una chaqueta Baracuta G9 beis o un reloj Heuer Monaco cuadrado con esfera azul con la esperanza de contagiarse de su magnetismo. McQueen llegó al mundo en 1930 en un pequeño pueblo cerca de Indianápolis. A los pocos meses de su nacimiento, su padre, piloto de acrobacias en un grupo itinerante, abandonó a su madre. Y ella, incapaz de criarlo sola, lo entregó al cuidado de un tío que tenía una granja en Misisipi, donde su infancia transcurrió en plena naturaleza y con la inestimable compañía de un triciclo. Su felicidad se truncó cuando, a los ocho años, volvió a Indianápolis para vivir con su madre y su padrastro, con el que nunca se llevó bien. Tras meterse en varios líos y huir de casa, volvió a casa de su tío. Allí estuvo hasta que su madre se trasladó a Los Ángeles y se casó por tercera vez. Sin embargo, su nuevo padrastro era un hombre violento y McQueen pronto acabó en una banda callejera. El internamiento en un reformatorio le sirvió para volver al buen camino: salió del centro con 16 años, pero siguió en contacto con la institución a lo largo de toda su vida adulta. Trabajó como peón y leñador, y se enroló en los marines, donde estuvo tres años. Luego volvió a vivir con su madre, esta vez en Nueva York. Durante un tiempo estuvieron en un piso en Greenwich Village y, en 1952, empezó a estudiar interpretación en el prestigioso centro de Stella Adler, movido por las ganas de actuar y, sobre todo, de conocer chicas. Mientras estudiaba en la academia, se ganaba la vida participando en carreras de motos en un circuito de 56 THE JAGUAR

FOTOGRAFÍA: GETTY IMAGES/JOHN DOMINIS THE JAGUAR 57